Raquel Chan dice haber sido una niña muy curiosa que todo el tiempo se preguntaba el porqué de las cosas. Descendiente de inmigrantes judíos que seguramente vieron cómo se simplificaba su apellido al ingresar al país, la científica del Conicet multipremiada por descubrir el gen tolerante a la sequía transmite sencillez y claridad al hablar y se ríe de la exposición mediática y los galardones recibidos. En diálogo con Agrohoy, Chan rechazó las críticas del actual gobierno a la investigación científica, defendió, con controles, la utilización de transgénicos, y se preguntó por un futuro cercano en el que puedan faltar los alimentos, no ya por un problema de distribución, como en la actualidad, sino por un problema de cantidad.
—Me gustaría que arranquemos la charla conociendo un poco un poco tu infancia, tu acercamiento a la ciencia, ¿cómo descubriste que había ahí un interés?
—Yo creo que es mucha fantasía al respecto, a los chicos cuando son chicos se les pregunta “vos, ¿qué quiere decir cuando seas grande?” y hay un montón que dicen “bombero, policía” y terminan siendo médico, abogado, o dependiente de un almacén. Las cosas que uno dice de chico dice de chico. Yo no creo que haya dicho que iba a ser científica, ni lo sé ni me acuerdo, así que voy a hacer absolutamente sincera. La ciencia es responder a la curiosidad. Y sí, yo fui una nena curiosa y una adolescente curiosa, y fui una joven curiosa, y la curiosidad es un poco eso, es ver cosas y decir sí, ¿por qué esto anda así? Y ¿por qué funciona así? No es dejar pasar las cosas que hay en la naturaleza, sino preguntarse por qué pasa. Y entonces, cuando elegís una carrera para seguir, sea la carrera que sea, después puede ser científico. Porque en realidad volvés a preguntar ¿por qué esto? ¿Por qué lo otro? Y cómo lo puedo mejorar. Y de ahí surge la ciencia. Yo empecé a estudiar bioquímica en un momento y la pregunta es ¿cómo funcionan las cosas? ¿Cómo es que vos tenés la altura que tenés? O el pelo que tenés, o las características que tenés, y el que tenés al lado es distinto. Y de hecho está un poco escrito en los genes y uno termina en las moléculas chicas, tratando de explicar -no todo se explica por las moléculas y los genes- pero en ese momento la fantasía era que todo era explicable con química. Hoy, muchos años más tarde, te digo que no todo se explica por la genética. El impacto social o ambiental en las características de los seres vivos tiene muchísima importancia. Yo me dedico a las plantas y ahí es fundamental, pero aún entre los animales, entre los cuales estamos nosotros, los seres humanos, también el impacto ambiental y social es fundamental. No es lo mismo crecer en una familia X, con ciertos valores, con ciertos principios, que en otra.
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—¿Cuánto hay de cada cosa?
—Hay mucho de cada cosa, no creo que le pudiera poner un porcentaje. En el caso de las plantas hay más del ambiente o hay mucho del ambiente. Que es algo que no pasa con los animales. Voy a dar un ejemplo muy fácil de entender: vos agarrás dos semillas hermanas, salidas de la misma planta, que en principio son idénticas, y ponés una a crecer en un ambiente, por ejemplo, interior, con menos luz, y otra afuera, con más luz, y una con menos agua, y van a crecer dos plantas que son absolutamente distintas. Y tienen exactamente la misma información genética.
Con los animales eso no pasa. El animal es menos dependiente del medio ambiente, al menos en condiciones, digamos, llamémosle más normales o normales. Y hay varios ejemplos, yo no me dedico a eso, pero en bibliografía de mellizos, gemelos, separados al nacer, por adopción o cosas así, que se han criado en lugares muy distintos y físicamente son idénticos. No van a ser idénticos en su comportamiento, pero todo el aspecto físico no varía por el ambiente, o varía muy poco, por la alimentación o el clima, pero no como en las plantas. En las plantas es definitorio.
—Vuelvo un poco al tema de la vocación y a la niña que se preguntaba cosas todo el tiempo. Esa curiosidad era natural en vos. ¿Creés que funciona la incentivación de esa curiosidad en la educación?
—Absolutamente. Las maestras de primaria te marcan, para bien o para mal. Hay algunas horribles, que lo único que hacen es ponerte en penitencia si hablás de más -en mi época era penitencia contra el pizarrón, contra la pared de espaldas, sin hablar, afuera, yo qué sé, había ese tipo de castigos que por suerte no existen más- y está la que incentiva continuamente la lectura, la repregunta, la investigación. Sí depende mucho de la educación. La educación es fundamental y, obviamente, la familia. En familia donde prende la nueva telenovela toda la tarde no es lo mismo que la familia donde hay libros.
—¿Tus padres, cómo eran en ese aspecto?
—Mis padres no tuvieron mucha instrucción. Mi mamá era inmigrante, de Polonia, y mi papá hizo una primaria y no sé si se llegó a hacer un año de secundaria. Tuvieron que salir a trabajar.
—¿Qué origen tiene el apellido?
—Somos judíos, del lado de mi papá ruso, y cuando ingresaron le escribieron el apellido así. Y así quedó. En todo caso salieron a trabajar de muy chiquitos, o sea de muy jóvenes, pero tenían muy claro que la educación es lo que promovía socialmente. O sea, en mi casa había muchos libros. Para libros siempre había de alguna forma plata y no había para otras cosas. La lectura, el estudio, siempre fueron muy incentivados. Y sí eso me marcó.
—¿Tenés hermanos?
—Dos hermanas, una más grande, que es médica psiquiatra, y una más chica que es matemática.
—Hoy se te conoce mucho en los medios por tus aportes en la ciencia.
—Más de lo que yo quisiera. Te aseguro que más de lo que yo quisiera.
—Pero bueno, te lo ganaste.
—El problema es cuando te ganas algo que vos no querés ganar…(risas)
—¿Cómo fue la evolución desde aquella chica curiosa hasta llegar al lugar donde estás hoy?
—Es como los chicles, o algo así, viste que vos tenés una cosa y se le pega a otra y se le pega a otra. Yo creo que atraen a las demás. Mucha gente dice “mirá todos los premios que tenés”, que están ahí (señala a una mesa), todos arrumbados, y tengo otra pila en mi casa y algunos que ni sé (risas). Creo que unos llaman a los otros, de alguna forma. Obviamente hay algunos más importantes que otros. La evolución no es sólo mía, lo hice en conjunto. Primero fui apoyada por las instituciones. Antes que nada tengo que decir eso. Yo soy hija de la institución pública, mi sueldo lo paga el Conicet, mi sueldo docente la Universidad, donde tengo una dedicación simple, pero creo que marcamos, logramos marcar junto con la empresa Bioceres un camino que no estaba muy bien marcado, que es el de desarrollar algo en el Estado y transferirlo a una empresa privada. Eso hoy está bastante mejor asentado. Todavía falta mucho en Argentina. En el resto del mundo está superpromovido y acá estamos todavía muy en pañales. Esa pelea no fue fácil. No había historia, no había jurisprudencia. Había gente que decía “¿por qué le regalan eso a Bioceres y no hacen una licitación?”, después de que salió bien, obviamente. La verdad es que nadie me hubiese comprado nada. Con suerte alguien quiso desarrollar lo que nosotros hicimos. No era una época en la cual un montón de empresas invertían en investigación o en algo que no era seguro. Y ese camino, que fue muy lleno de obstáculos, llenísimo de obstáculos, de muchos colores, desde lo regulatorio hasta el entendernos nosotros, lograr hablar el mismo idioma, ir para el mismo lado.
Se llegó a algo exitoso, y creo que eso es el mayor éxito. No el descubrimiento o el desarrollo en sí, que sí, obviamente, tiene su protagonismo, porque es el que ha permitido hacer todo esto, pero poder haber hecho esta asociación pública privada y llegar a un producto de mercado que cotiza en Nueva York es un camino que fue juntando adherentes. Y que es un poco ejemplo para otra gente. Espero. Y que sea un buen ejemplo, no malo (risas).
—Me gustaría que desandemos los dos pasos, el descubrimiento y después el proceso posterior. Vamos al primero, ¿cómo fue ese proceso de descubrimiento?
—Viene de la investigación básica y fundamental, que lo que hace es responder preguntas de la biología. La pregunta es por qué esta planta y esta otra sobreviven en forma diferente a la falta de agua. El daño que genera la sequía es mucho mayor que el de las inundaciones. Y se pierde -está calculado por las organizaciones mundiales, no son datos míos- un 50% de lo que podría ser la cosecha anual a nivel mundial por falta de agua. Entonces, el descubrimiento, aunque en realidad no es un descubrimiento, porque no es que yo me puse como Newton y vi la manzana caer y dije “Eureka”. Esto lleva años de laburo y es hacer la pregunta correcta. La pregunta correcta era: Si yo estas dos plantas las dejo de regar, una sobrevive y la otra no. ¿Qué es lo que tiene ésta, distinto de esta otra? Entonces la investigación se basó en encontrar genes que fueran diferenciales, o sea que estuvieran en una especie -en el caso nuestro elegimos girasol- y tratar de metérselos a otra que no los tiene. Y ver si esas plantas se volvían más tolerantes a la sequía. Elegimos el girasol, porque para hacer investigaciones en este país hay que conseguir plata, porque todo cuesta plata, tiene insumos, etcétera y el girasol era un cultivo muy importante cuando nosotros empezamos con esto en 1993, por ahí, no sé si no éramos el tercer exportador mundial de aceite de girasol y había plata para hacer eso. Y si yo quería trabajar en otra especie era muy difícil conseguir plata. Entonces uno, como las plantas, también se adapta al medio ambiente y trabaja en el cultivo en el cual puede conseguir plata.
—¿Qué tiempo pasó desde que se inició el trabajo hasta que se concluyó?
—No se concluyó todavía, seguimos trabajando (risas). Empezamos en 1992, con estudios muy básicos de la proteína, qué ADN unían. Es muy difícil poner una fecha al inicio. Cuando se empezó a transformar plantas, puede haber sido en 2002, por ahí 2003.
—¿Transformar plantas qué significa?
—Quiere decir a tomar un gen aislado. Nosotros tenemos como 50.000 genes, las plantas tienen otro tanto. Depende la especie, pero digamos entre 20.000 y 50.000 genes distintos, que están ordenados en cromosomas lineales, que son como hilos largos que tienen un montón de genes separados. Vos tenés que separar uno por uno, cosa que no es nada fácil, aunque sí se puede, y ponerlos en una construcción genética que te permite ponerlo en otra planta en forma separada, de a uno. Y después, la planta esa que recibe el gen, que no es propio, hay que ver si se comporta distinto. La mayoría de las veces sigue igual.
—No pasa nada.
—No es que no pasa nada, no pasa nada que puedas ver. La mayoría de los genes que tenemos tienen funciones, pero no son funciones visibles tan fácilmente. El caso de las plantas, por ejemplo, vos tenés que someterla a una condición especial y ver que en esa condición se comporta distinto. En este caso era la sequía. Pero si vos ves las plantas, sin someterlas a la sequía, eran iguales. Entonces vos tenés que estudiar la planta que recibe el gen y nosotros lo hicimos con decenas de genes. Y en distintas condiciones hasta que encontrás que en este gen está la respuesta a la tolerancia a sequía. De ahí te pones a estudiar ese gen. Es todo un proceso muy largo.
—¿Qué es lo que se estudia de ese gen?
—Bueno, por ejemplo, muchas veces me preguntan que es un ensayo de sequía. Voy a ir al sistema más simple, que es la planta modelo con la cual uno trabaja. Vos le podés poner sequía cuando está germinando, le podés poner sequía cuando es una planturita, le podés poner sequía cuando ya tiene muchos pares de hojas, le podés poner sequía en el período reproductivo, las respuestas son todas distintas. ¿Qué tenés que medir al final? Si produce o no produce. Hay dos tipos de ensayos, medio clásicos. Si sobrevive o no, y si produce o no. La comunidad científica internacional hacía el primer tipo de ensayo, el de supervivencia. Sacaban todo el agua y veían. Cuando aparece medio muerta, le tira agua de nuevo y ve cuál sobrevive y cuál no. Ese es un ensayo que se descubrió, se encontró que era muy poco útil. Un investigador de Bélgica logró comprar un robot o hacer fabricar uno, no sé, puso 25 plantas distintas que habían sido descritas en la literatura científica como tolerantes a sequías con este tipo de ensayo que te cuento. Y el robot le iba agregando agua, y lo que hace también es mecanizar algo que uno hace a mano, pero es más correcto, porque hace todas las plantas iguales, pesa todas las plantas, saca fotos todos los días de todas las plantas, y él encontró que de estas 25 especies diferentes descritas como tolerantes a sequía todas presentaban una penalidad de producción horrible, si crecían en una condición normal, o sea bien irrigadas, o en una sequía moderada. Le sacaban el agua en forma continua, y en lugar de ponerle el 100, que es bien regada, le ponían 70. Cuando llegó al final no tenían producción, o tenían, pero mucho más baja.
Entonces, ¿qué dijo este señor con toda la razón del mundo? Dijo: “uno le puede decir a un productor, mire, acá tengo unas semillas divinas. Si la sequía es la del desierto del Sahara usted va a salvar sus plantas. Ahora sí, la sequía es aleatoria, llueve un poco, llueve otro poco, usted va a perder el 50% de la cosecha”. El tipo te la tira por la cabeza con toda la razón del mundo.
Entonces, a partir de ahí, un poco antes, se había empezado a adoptar otro tipo de ensayo: ¿Qué pasa en una sequía moderada? Yo no siembro soja en el desierto. A nadie se le va a ocurrir ir al Sahara a poner soja o girasol. Vos lo vas a sembrar en la pampa húmeda o en Córdoba, o en la provincia de Buenos Aires. Y esos lugares un año es La Niña, otro año El Niño, otro año llueve al principio, otro año llueve al final, por eso los ensayos de sequía son infinitos, vos lo que tenés que lograr es una tecnología que ante cualquier condición de falta de agua al menos no pierda.
Al menos no pierda, y tiene que ganar en alguna otra, si no tampoco tiene gracia. Entonces el tema es que la mayoría de las plantas, cuando sufren déficit hídrico cierran sus estomas. Los estomas son agujeritos que tienen las plantas en la superficie de las hojas por los cuales se evapora el agua. Entonces, cuando siente que no hay agua, cierran ahí. El problema de la naturaleza es que el mismo agujerito es el que sirve para fijar dióxido de carbono y hacer fotosíntesis. Entonces al cerrar, porque hay sequía, que es el mecanismo por el cual todas estas 25 tipos de plantas sobrevivían cambiando los distintos genes, producen menos, entonces no sirve. ¿Yo qué hice de diferente? Nada, tuve suerte. Yo hacia las mismas taradeces que todos los demás, sólo que el mecanismo por el cual el HB4 genera tolerancia a sequía no le hace cerrar los estomas a las plantas sino que por el contrario, como que la vuelta miope a la sequía. Toca otra cadena de genes y le dice a la planta que sigue habiendo agua. Es mentira, no hay, o hay poca. La planta sigue creciendo como si nada pasara, y la realidad es que si no llueve después va a morir, pero si llueve después sigue rozagante y crecerá como si nada.
Por eso siempre aclaro que hablamos de tolerancia y no de resistencia a la sequía. Y lo que hace este gen, al estar en una planta que no lo tiene, es alargar mucho el período por el cual puede aguantar sin agua.
—¿Ese período se vincula a algún período determinado de crecimiento?
—No, lo va a hacer en todo el período. También depende de la especie, es diferente en trigo que en soja, y es tan variable el clima de un año a otro que ni siquiera se puede hacer matemáticamente. Lo que si yo puedo decir es que en la mayoría de los ambientes en los cuales se testeó la planta la pasa mejor. Y en algunos, muy pocos, no. Pero no es una respuesta de todo o nada. Es una respuesta de mayor tolerancia. Depende las condiciones del suelo, depende de la temperatura, depende de cuándo esa temperatura sube o baja…El ambiente son mil factores. Siempre aclaro que nosotros hacemos una contribución al conocimiento y a la tecnología. Falta mucho por hacer, esto no es magia.
—¿Cuáles son esas cosas que faltan por hacer?
—Por suerte un montón, hay trabajo para muchos tesistas. Las plantas nuestras, ponele que den un 20% más en la zona de la pampa húmeda. En provincia de Buenos Aires, lo que es el trigo ha tenido diferencias muy interesantes. Necesitamos más. Tenemos una población mundial creciente, aún con todas las muertes que produjo la horrible pandemia. La población crece así porque aumentó mucho la esperanza de vida, por la medicina preventiva, porque nos alimentamos mejor, porque sabemos que no tenemos que comer tanta grasa…Entonces si bien hoy el problema es un problema de distribución, mayoritariamente. Es decir, hoy el alimento te alcanzaría para alimentar a todo el mundo, pero hay un problema de distribución, en los países como Estados Unidos se desperdicia, se tira, y en países africanos falta. Hoy el problema es más político que científico. Pero si uno mira más allá de sus narices es muy clara la pendiente que lleva de crecimiento la población humana y el mejoramiento de los cultivos, que está prácticamente achatada. El problema que no tenemos hoy lo vamos a tener y en breve. No va a alcanzar la comida, y cuando no alcanza la comida…
—¿En breve qué sería?
—Veinte años. Tal vez antes. No va a ser un día. Es un proceso y es gradual. Aparte con el cambio climático ese achatamiento puede ser peor de lo que yo creo, y la población mundial gracias a todo el confort, que es una maravilla, vive más años, y requiere comida y energía. Y la energía viene de los vegetales.
—¿Creés que la ciencia va a dar soluciones para elevar esa curva de crecimiento en la producción?
—No lo sé, creo que hacemos los mejores esfuerzos, y los vamos a hacer. Hay que trabajar mucho. Yo apostaría a la ciencia, pero eso no quiere decir que vaya a dar soluciones. Pero nosotros decimos siempre que hasta que el experimento no se hizo, no se hizo. Pero hay que generar otras tecnologías, mejorar las que tenemos, diversificar los alimentos, cuidar los suelos, hay muchos desafíos.
—Contame un poco esa segunda etapa, la de la articulación entre lo público y lo privado.
—En realidad las etapas fueron en paralelo. Llegamos a hacer esta observación en esta planta, que no se come ni sirve para nada, sólo para estudiar, como ratón de laboratorio. Es una planta chiquita, feíta, que nos permite trabajar porque tiene un ciclo de vida de dos meses. En un año puedo tener seis generaciones, cosa que jamás puedo tener con sorgo o girasol, y se sabe mucho de esta planta. Se la eligió como modelo universal y entonces todas estas herramientas ayudan a que los estudios sean más ágiles. Hasta ahí llegamos.
De ahí había que pasar a un cultivo, a ver si esto funcionaba. El camino del laboratorio al cultivo en el campo es un abismo. Nosotros estábamos en un laboratorio mínimo y nuestras posibilidades de llevar esto a un cultivo eran prácticamente imposibles. Entonces un amigo me conectó con alguien de Bioceres, que en ese momento no tenían ni sede. Ya se habían conformado como empresa a partir de Aapresid. Tuvieron una idea que yo creo que fue muy buena, que fue hacer una sociedad anónima gigante, donde cada uno puso un poco y ninguno se fundía si eso se iba al tacho. Eran todos productores. Y ellos vieron que esto era bueno. Había que transformar soja, había que transformar maíz, había que transformar trigo y yo no lo podía hacer. Necesitaba un campo. En ese momento no sabía que necesitaba muchas cosas, más: permisos, abogados, gestiones, no tenía idea yo. Fue así que con mucho esfuerzo, empujando y peleando conseguimos hacer un convenio entre Conicet, la Universidad y la empresa. Ellos financiaban parte de lo que hacíamos nosotros, entre eso transformar los cultivos, y después ya tomaron mucho más protagonismo. Ellos podían hacer los ensayos a campo, podían alquilar campos, algo que estaba afuera absolutamente de mi área. Fue una asociación muy virtuosa, porque ellos tampoco hubiesen podido hacer lo que hicimos nosotros. Nosotros teníamos una formación en ciencia, el Estado puso mucho dinero a través de las instituciones. A veces no se cuenta, pero es así. Y nosotros tenemos una formación muy particular, que no es la un agrónomo que se dedica a hacer un ensayo a campo, o a vender insumos, o las mil tareas que hacen los agrónomos. Ellos hacían su parte y nosotros hacíamos la nuestra. Hubo roces, algunas peleas, pero llegamos bien después a que cada uno hacía su parte y trabajamos en conjunto. Yo creo que eso fue muy virtuoso y por eso llegamos a lo que llegamos. Mentiría si dijera que fue siempre un jardín de rosas. Nosotros queríamos la plata para hacer más ensayos, más experimentos, y las empresas tienen fines de lucro, quieren ganar, quieren que les salga lo menos posible. La Universidad y el Conicet quieren su parte. Fue una cosa compleja, sin experiencias previas. Pero se encaminó y anduvo bien.
—¿Fue una experiencia que sirvió de modelo para otras que vinieron después?
—Ahora por suerte hay muchas experiencias, pero en ese momento no había. Había otro tipo de modelo. El Estado hace su parte, para lo cual tiene el know how, y el privado hace su parte, para lo cual tiene el know how. Y la sumatoria es cooperativa. Y anda bien. Yo no sabía ni cada cuantos centímetros se siembra una planta de soja, yo soy una bióloga molecular que sé de genes. Por supuesto aprendí un poco de ellos y ellos aprendieron de esto. Pero cada uno sigue haciendo lo que sabe hacer mejor. Y eso fue muy virtuoso. Y sigue siéndolo, seguimos haciendo varios desarrollos.
—¿Sobre qué?
—En general son todos sobre mejoramiento de plantas. Ya hay otra tecnología, que ya licenciamos, que es para inundaciones, funciona en maíz y anda muy bien. Se llama HB11, se está trabajando, todavía no salió al mercado. Y ahora estamos haciendo otras cosas, que van en el mismo sentido, para mayor productividad y tolerancia a sequía.
—Hubo un debate, en medio del proceso electoral, donde quien finalmente ganó la elección, tuvo definiciones duras con respecto al rol del investigador y del Conicet en general. ¿Cuál es tu posición sobre este tema?
—Por supuesto que estoy en contra de todas esas declaraciones. Y estoy en contra de esa filosofía. De hecho el presidente acaba de decir que el Estado no quiere financiar una investigación que el privado no financiaría. Eso es un error garrafal. Yo no voy a inventar la pólvora con lo que voy a decir, pero hay que mirar los modelos mundiales. Si uno mira el mundo y los países desarrollados, a los que les va mejor en economía, los que tienen más producto bruto, son los que más tienen inversión estatal en ciencia. Es un rol del Estado invertir en ciencia, de la cual alguna será para aumentar el conocimiento y alguna derivará en aplicaciones. El privado no va a invertir en la parte de aumentar el conocimiento, porque obviamente no es su rol. Su rol es ganar dinero, dar empleo, bueno, lo que hace una empresa. Yo creo que el colega Fernando Stefani, es un físico que dedicó mucho de su tiempo a hacer estudio de números mundiales acerca de la relación entre la ciencia y la riqueza de los países, lo tiene muy claro y lo explica muy bien. Los países que más invirtieron en ciencia tienen mayor producto interno y da ejemplos y muestras las curvas de crecimiento de PBI y de ingreso per cápita, de Israel, Corea del Sur, Noruega, el propio Estados Unidos, y otro montón de países que toma como ejemplo, Alemania entre ellos. Tienen todos entre el 4 y el 5% del PBI invertido en ciencia. Argentina tiene el 0,33%. No se crece al 5 de un día para el otro tampoco, porque eso es un proceso de años. Lo que quiero decir es que es un error creer que la ciencia es un gasto, la ciencia es una inversión. Y los estados lo hacen, porque saben que es una inversión y después reciben el beneficio en impuestos, retenciones. No es que el Conicet va a ganar plata y se la va a dar al Estado. Pero si las ideas que surgen del Conicet y esas empresas dan trabajo, esas empresas exportan más, ese dinero entra al Estado. Es un error decir que el Estado no tiene que financiar la ciencia. El Estado sí tiene que financiar, puede hacer programas, puede hacer planes, puede definir temas prioritarios, puede reestructurar el sistema, pero no puede desfinanciarlo, porque es suicida. Donde más hambre hay es donde menos ciencia hay. Y realmente hay una relación directa. Los países que mejor la pasan son los que más ciencia tienen. Basta con mirar el panorama mundial.
—¿Creés que el sistema educativo potencia la curiosidad de la que hablaste o habría que trabajarla más?
—Creo que hay que trabajarlo más. Yo soy una fanática de la educación pública. Mis hijos han ido a la escuela pública, a la universidad pública. Creo que hay cosas que se han deteriorado un poco, la voy a seguir defendiendo a muerte, pero hay que reestructurar algunas cosas y mejorar algunas cosas. También responde a cierta realidad social. La escuela también se ha convertido en un lugar de contención, de alimentación y perdió el primer rol, que es el de educación. Entiendo por qué, no es que lo critique. En lugares muy carentes de cosas básicas, la escuela termina siendo la institución de contención. Creo que tenemos que invertir más, para tener una población más instruida, más curiosa, con más ganas de estudiar y más ganas de trabajar. Yo creo que fui más incentivada en la escuela, y la escuela que hicieron mis hijos dependía mucho más de la familia, de que uno los incentive a buscar cosas. La escuela tenía muchos chicos con problemas, y entonces las maestras estaban superadas por cosas que no eran las que tenían que ocuparse. Creo que tenemos que mejorar eso. No sé cómo, habría que preguntarles a los especialistas en educación, pero sí me parece que hubo un deterioro y habría que revertirlo.
—En toda disciplina hay una parte de talento y una parte de trabajo. En la ciencia parece predominar el esfuerzo y el trabajo. ¿Es así?
—Absolutamente. Te falta nombrar un cachito de suerte. Creo que es un 90% de sudor, un porcentaje de suerte y una inteligencia normal, lo que podés llamar talento. Lo digo siempre, no hay que ser ningún genio para ser científico. Los chicos tienen como una fantasía de que el científico es alguien iluminado, pero este es un oficio, como todos los oficios. Es laburar, leer, estudiar, y lo único que sí hace falta en este oficio -en otros harán falta otras cosas- es resiliencia. Nosotros planteamos hipótesis, hacemos experimentos y la mayoría de las veces no dan. Hay gente con mucha capacidad, mucho talento, pero que es incapaz de absorber el fracaso. Y en este trabajo tenés que aguantarte el fracaso. No es que no te tiene que importar. Te tiene que importar, patear la pared, la silla, y al día siguiente vení con la energía renovada y empezá de nuevo. Y eso es algo que los jóvenes no tienen, están acostumbrados, me ha pasado con muchos estudiantes brillantes, con notas excelentes, que cuando ellos estudian, saben que les va bien. En Ciencia no es así, vos hacés todo bien y da todo mal. Se cortó la luz, un experimento de quince días se arruinó todo. Hiciste un ensayo a campo que te llevó tres meses, vino un tornado y se llevó puesta todas las plantas. Y hay que llorar, está bien llorar, pero tenés que hacerlo de nuevo. Y esa característica es la única imprescindible en ciencia. La del talento, un talento mediano alcanza. No hay que ser ningún genio, hay que laburar fuerte y ser fuerte, aguantarse los fracasos.
—El debate sobre los transgénicos, ¿podrá saldarse en algún momento?
—Es como el divorcio, como el aborto, siempre va a tener un bando a favor y otro bando en contra. Es muy difícil tender un puente. Yo te voy a dar todos los argumentos por los cuales la tecnología esta es inocua. Todos. Cuando te dicen que tiene resistencia al glufosinato, no lo uses. La tecnología no fue desarrollada para resistencia a herbicidas. Sí tiene resistencia a herbicidas, porque es necesaria para el desarrollo de la planta. Tenés que separar la que se transformó de la que no se transformó. Después es un pedazo de ADN que podés ignorar absolutamente. Más allá de que podamos discutir, no conmigo sino con un especialista en herbicidas, cuán malo es ese con respecto a otros. Pero la tecnología no fue desarrollada para eso, fue desarrollada para la tolerancia a sequía. Tiene un gen de girasol, el girasol lo venimos comiendo de tiempos ancestrales. Y el ADN está formado por los mismos cuatro nucleótidos en los humanos, en la última bacteria y en el virus podrido que nos tuvo dos años encerrados. Es inocuo. Te ponés del otro lado y te dicen que es una modificación de la naturaleza. Bueno, hay varios argumentos. La naturaleza ya está modificada, por todos lados. Todos los que argumentan que no hay que modificar la naturaleza, salvo casos muy excepcionales, que sean ermitaños, la mayoría se mueve arriba de un auto, un colectivo, un avión, usan ropa manufacturada y un montón de cosas que son una modificación de la naturaleza. Es más, nada de lo que comemos hoy estaba en la naturaleza, todo ha sido modificado, no con técnicas de ingeniería genética, cosas que sí, cosas que no, pero sí por mejoramiento clásico. EL brócoli, la coliflor, el kiwi, no existían en la naturaleza. La zanahoria violeta no existía. Son todas mutaciones, selecciones, modificaciones, sin usar particularmente el laboratorio, sino usando el campo por cruce y selección. Lo que era natural hace 500 años, y no me voy más atrás, hoy no lo comería nadie. Vos vas al súper y ves el padre del maíz, y decís este súper me quiere estafar. Eran tres granos negros en un choclo así grande. Y si vos mirás al padre de la coliflor, no lo comería nadie. La mayoría de las cosas no existían y nadie las querría comer. Eran de aspecto feo, menos nutritivas, menos vistosas y menos duraderas. O sea que la naturaleza fue modificada desde que existe la agricultura. Naturales también son las víboras y el covid. No todo lo natural es bueno.
Después está la otra corriente, la de lo orgánico o no orgánico. Es distinto de lo natural. Puede ser natural orgánico, natural no orgánico, orgánico no natural. Orgánico es que vos no le ponés ningún químico para crecer. Y eso lo podés hacer, por ahí con hortalizas en el jardín de tu casa, tenés maleza la arrancás a mano, tenés hongos y sacás la planta podrida y la tirás, usás alguna solución casera. Ahora, eso no se puede hacer con la soja, ni con el maíz, ni con el girasol, ni con el trigo, ni con el sorgo. Porque si no tendríamos que volver a la esclavitud, y nadie quiere ser esclavo y a las 5 de la mañana arrancar maleza con la mano en un terreno de 500 hectáreas. Por eso existen los herbicidas, los fungicidas y todos los “cidas”. La realidad es que lo orgánico, que yo no estoy en contra ni a favor, es para una producción muy acotada, como mucho de un pequeño agricultor.
Las técnicas modernas, con su cuidado, vienen a solucionar problemas sanitarios. No todo lo que es natural es maravilloso, si no andaríamos descalzos y desnudos. Yo no digo que se pueda hacer cualquier cosa. Ahora, un producto transgénico, como tiene mala percepción pública, tiene tanta regulación y control que es lo más seguro que hay. Lo más alejado de un producto transgénico es un choripán en la cancha. Vos te vas a la cancha, afuera hay unos tipos que nadie sabe de dónde sacaron esos chorizos, cómo los lavaron, con qué manos agarran el pan y dónde pusieron esas manos, yo no lo sé. El productor de un transgénico tiene que pasar diez años de regulatoria demostrando que no afecta la flora y la fauna, que no es dañina para la salud animal humana, con estudios, tenés que alimentar ratones durante diez meses sólo con esa planta, y ver que no tengan ninguna falla orgánica. Tienen un control muchísimo más grande. Son alimentos muy seguros, excesivamente seguros, con respecto al choripán, que a nadie le preocupa.